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Luis de Trelles y la familia

Don Luis tomó a la familia de Nazaret como ejemplo de la suya y así escribió: “Qué admirable matrimonio formado por María y José, modelo de todos los matrimonios que se ofrecen mutuamente…”

Pila Bautismal - Santiago Viveiro
Pila bautismal de la Iglesia de Santiago de Viveiro

Don Luis de Trelles nació el 20 de agosto de 1819 en el seno de una familia profundamente católica y recibió el Bautismo ese mismo día en la Iglesia de Santiago de Viveiro. Fueron sus padres: don Ramón María Vicente de Trelles y Cora, y doña María Josefa Noguerol y Leis. Fue el tercero de tres hermanos y convivieron en el hogar en armonía, bajo la amorosa protección del padre y el solícito cuidado de la madre. Los abuelos paternos y el abuelo materno habían fallecido. Solo conoció a la abuela materna, a la que profesó un tierno afecto.

El padre, don Ramón, había intervenido en la defensa de la villa contra los franceses, fue el primer alcalde constitucional, y ejercía la profesión de abogado. Falleció cuando don Luis contaba 16 años. La madre, doña María Josefa, de noble familia de Lugo, destacó por su honda piedad cristiana y su gran amor a los hijos, a los que educó en los principios de la fe católica y los valores religiosos. En sus últimas voluntades señala que en el matrimonio había sido “la mujer más feliz” y que “amó a sus tres hijos con todo el cariño de que es capaz el corazón de una madre y ellos me han correspondido largamente con su amor…”

En este ambiente de hogar cristiano, don Luis respiró los primeros años de su vida hasta que a los ocho años ingresa en el “Colegio Insigne de la Natividad de Nuestra Señora”, donde comienza a forjarse su carácter y personalidad, en un clima de austeridad y estricta disciplina, que más tarde se manifestará a lo largo de su vida. A los 11 años es enviado, junto con su hermano mayor al Seminario Conciliar de Santa Catalina de Mondoñedo, donde cursa estudios de Filosofía Escolástica. En 1833 comienza en Santiago de Compostela la carrera de Leyes, que termina en 1838.

Dedicado con intensidad a sus actuaciones jurídicas, permaneció soltero hasta que contrajo matrimonio a los 43 años con doña Adelaida Cuadrado Retana, que contaba 35 años de edad. A la sazón era viuda y tenía un hijo de su primer matrimonio.

Don Luis aceptó y trató al hijo de su esposa como suyo propio, lo educó desde los seis años y formó parte del hogar en santa armonía. Más tarde nacieron del matrimonio tres hijos, dos de los cuales, un niño y una niña, fallecieron a los pocos años de nacer, lo cual fue causa de un profundo dolor para un padre que amaba tiernamente a sus hijos. En especial, la muerte del hijo varón fue causa de un sufrimiento muy hondo, que lo expresó en un escrito un poco más tarde: “le segó la hoz exterminadora de la muerte en los primeros abriles de su edad, cual tierna flor que, apenas abre su rica corola, cae al golpe de la segur, marchitándose sus más risueñas ilusiones”.

Placa conmemorativa en la Iglesia de San Sebastian, en Madrid
Placa conmemorativa en la Iglesia de San Sebastian, en Madrid

Don Luis de Trelles amó profundamente a su esposa, y aunque no se conservan escritos que lo demuestren, sí tenemos expresiones que reflejan el concepto que tenía del matrimonio: “La santa alianza del matrimonio, prefigurada en la ley natural y en la ley escrita, vino a ser modelada en la ley de la gracia sobre la unión de CRISTO con su Iglesia”.

Tiene escritos que manifiestan la estima, la ternura, la profundidad y calidad del amor que profesó a las mujeres que estuvieron cerca de su vida que lo expresa en una serie de cartas tituladas: “De la cooperación de las mujeres a la gloria de Dios en la Eucaristía”. En ellas hablaba de un modo tan conmovedor y decía cosas tan delicadas, que era evidente estaba exponiendo su propia experiencia marital y paternal. Llega a llamar a las mujeres “ángeles encarnados” y dice: “Dioles el Señor dulzura, amor, ingenio feliz, y suave perseverancia en el bien; y puso a su servicio todas las cualidades, su propia debilidad, su gracia y tantos dones”.

Don Luis, en sus escritos, muestra gran estima y admiración por las mujeres, con lo que se adelantó a las enseñanzas del Papa Juan Pablo II en la carta apostólica “Milieris dignitatis”, cuando exalta los valores de la mujer por su feminidad.

El amor paternal de don Luis hacia su hija María del Espíritu Santo, única que sobrevivió, se muestra en una serie de cartas que le escribió con motivo de su primera comunión. Cartas que a la vez que tratan de instruirla sobre la riqueza y las disposiciones para recibir la santa comunión son escritas con una ternura y delicadeza que enamora. El padre tiene unas expresiones tan tiernas como: “hermosa esperanza de mi vida”, “hija de mi corazón” y “María de mi corazón”. Son cartas catequéticas, en las que va desgranando preciosas enseñanzas sobre el amor infinito de Jesús en el Santísimo Sacramento, los dones que se reciben en la comunión y las disposiciones para recibir dignamente a tan amoroso Señor. Ejerció de padre y catequista y las publica para “que puedan servir a la vez a todos los que se acerquen a su lectura”.

Don Luis, amante de su hogar y su familia, muchas veces, por seguir la llamada del Señor que le urgía al servicio del prójimo, se vio obligado a privarse de su calor por largos viajes, como cuando se dedicó a la ingente labor del canje de prisioneros en la tercera guerra carlista. También sufrió al tener que verse alejado de su hija cuando, por motivos de seguridad, debió ingresarla en un colegio alejado del peligro de guerras y revoluciones, y en una de sus cartas le escribía: “Tal vez, el Señor que todo lo dispone con suavidad […] y según sus fines, te alejó por algún tiempo del torbellino del mundo, en un lugar a propósito para que tú le ames y para El amarte más, y para probarte suavísimamente su afecto. ¡Pobres de nosotros que no conocemos por qué, ni para qué acontecen las cosas, toda vez que está escrito que los juicios de Dios encubren muchos abismos!”

Y así el Señor que todo lo dispone según sus designios amorosos, quiso que, incluso, a la hora de su muerte, el Venerable no tuviera el consuelo de verse acompañado por su esposa y su hija tan queridas. Efectivamente, el Señor, que todo lo dispone según sus designios le llamó a su presencia l 1 de julio de 1891, cuando se hallaba lejos de su casa, en Zamora, cumpliendo su gran tarea de animar y promocionar su obra del apostolado eucarístico. Una rápida enfermedad, que no permitió que su esposa y su hija pudieran llegar a tiempo para asistirle en el último momento.

Don Luis de Trelles había vivido su entrega al servicio de Dios y del prójimo como un soldado, como una milicia, y puso a disposición de la Iglesia toda su vida, su capacidad intelectual, su sacramento del matrimonio, su responsabilidad familiar. Y el Dueño de la viña quiso que esta entrega fuese total y dispuso que, como el Maestro en la cruz, entregase su espíritu desnudo de consuelos y vacío de todo afecto terreno.

Con su vida ejemplar, es un testimonio de familia cristiana y puede ser modelo para los cristianos en los días que vivimos de “una apostasía silenciosa”, y en que la familia sufre tantos embates. El Venerable, adelantándose a su tiempo vivió lo que más tarde recomendaría el Concilio Vaticano II: “A los laicos pertenece, por propia vocación, buscar el Reino de Dios, tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales[…], y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, en la que está entretejida su existencia, manifiesten a Cristo a los demás, brillando ante todo con el testimonio de su vida, en la fe, esperanza y caridad” (LG, 31).